Nadie se salva en la víspera

Pablo Plotkin
5 min readDec 30, 2020

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Ocho minutos para las seis. El último cliente, un flaquito que se llevó una remera XL de Pantera con la imagen de la trompada en la cara de Vulgar Display of Power, se fue hace media hora. Estoy embolado y tengo la cabeza en los planes de la noche: la cena familiar y la salida con los pibes después del brindis. El 24 promete mucho y rara vez cumple, pero la esperanza siempre se renueva.

La tarde estuvo tranquilísima. Casi todos los rezagados vinieron a la mañana. Al mediodía se fue Mariela y quedé solo. El hijo del dueño me llamó y me dijo Maxi, por lo que se ve está tranqui, quedás solari unas horas, cualquier cosa avisame y te mando a Cristian que está al toque. No hizo falta. Los días buenos fueron miércoles y jueves. Hoy viernes no tanto. Nadie se salva en la víspera, y menos en este rubro. Los rockeros son organizados, por más que se crea lo contrario: no salen a comprar tan a último momento. No sé por qué.

Cinco minutos para las seis. Avenida Rivadavia está como anestesiada. Se respira algo lindo en el ambiente. Está más espeso que la mierda, pero ya casi todo el mundo dejó de laburar. Gloria, la peluquera de al lado, cerró a las cinco y pasó a saludarme. Me dejó una caja de nugatones, una divina. Me comí dos hace un rato porque no había almorzado y tenía una lija feroz.

Tres minutos para las seis y estoy a punto de bajar la persiana. Entra una chica.

Tiene más o menos mi edad, o un par de años menos. El pelo enrulado, no muy largo, castaño claro, medio palidona en general, una remera verde con un número blanco bordado en el frente y un shorcito de jean con las puntas deshilachadas.

–¿Estás cerrando? –me pregunta.

–En un toque. Todo bien.

–Disculpá –dice mientras revisa un perchero–. Recién salgo de laburar.

–Tranqui, no hay apuro. ¿Necesitás que te ayude con algo?

–Gracias, cualquier cosa te pregunto.

No es la típica rockerita que entra acá. Pero a esta altura no sé cuál es la típica rockerita que entra acá. El público está cambiando. Abro la PC y cargo una nueva lista. Pongo el último de Las Pelotas pensando que puede gustarle. Cuando empieza a sonar la guitarra de “Será”, mueve la cabeza como diciendo que sí y amucha los labios.

–Qué temazo este –dice sin sacar la vista de los estampados.

–Sí. Temazo total.

Al rato viene con una remera turquesa de Los Piojos, el bicho con esos cuernos medio aztecas y los colmillos curvos.

–¿Te va esta remera? –pregunta.

–¿Para quién es?

–Para mi hermanita. Es fanática.

–Sí –le digo, tratando de sonar objetivo–. Es como fina y tiene onda.

–En realidad es un complemento –dice–. No es el regalo principal. Calculo que el talle va a andar bien, ¿no?

–No sé. ¿Es flaquita?

–Más flaquita que yo.

–Entonces sí. Ni hablar.

–Me la llevo. –La apoya en el mostrador.

–Joya –digo mientras la doblo, haciendo gala del oficio–. ¿De dónde saliste de trabajar a esta hora?

–Cuido a un viejo acá cerca. Terminé el turno.

–Uh, flor de laburo. ¿Está muy mal?

–No. Bah, casi no puede caminar solo, pero de la cabeza no está tan mal. Manda fruta, el viejo, pero no de alzhéimer. Es medio chiflado por naturaleza. Un viejo zarpado. A veces se pasa de listo.

Soplo una risita. Me da no sé qué preguntar detalles.

–Nada raro, igual, eh, es un viejo nomás… El tema es que no es mi vocación. Es un trabajo medio agotador. Estudio para diseñadora.

–Qué bueno.

–Sí, terminé la cursada hace una semana. Me quiero ir de vacaciones ya mismo.

–¿A dónde te vas?

–A la costa. Mar Azul se llama el balneario.

–Ah, ni idea.

–Es al toque de Gesell. Tiene un camping relindo.

–¡Ah! Yo me voy a Gesell.

–¿Posta? ¿Cuándo?

–Del 4 al 12 de enero.

–Uh, alcoyana-alcoyana, nosotras vamos del 2 al 14. Nos podemos cruzar.

–De una. ¿Vas con amigas?

–Con amigas y con mi hermanita. Hermanita le digo yo, tremenda vaga de diecisiete.

–Espectacular. Pasame si querés tu mail y quedamos en contacto. O si no, ¿tenés celular?

–¿Sabés que no? Todavía me resisto. Bah, no tengo mucho filo, la verdad, pero medio que me hago la boluda, así no me encuentran tan fácil.

–Y… es un tema. Yo pegué uno hace cosa de un año y como que quedás esclavo. Mi jefe me encuentra siempre.

–Es así.

–¿Vas a querer algo más?

–Sí, claro, el regalo principal.

–¡Ah, pensé que ya lo tenías!

–No, no, vine para eso en realidad. La guachina quiere ir a ver a Callejeros a Cromañón. Y la voy a acompañar.

–Ah, bueno… impresionante.

–Sí, te digo la verdad, yo no sé si iría a ver todo un recital de ellos. Pero es mi sorpresa para la borrega: vamos a ir juntas.

Asiento y digo:

–Sos una hermana grosa.

Me responde citando a la Chimoltrufia:

–Pos pa’qué te digo que no si sí…

Me río y abro el cajón en el que guardamos las ticketeras.

–¿Para qué día querés?

–Dos para el 30.

–Dos para el 30. Quedan poquitas eh, te digo que después de Navidad me quedo sin.

–Jamón. ¿Me hacés un lindo envoltorio con todo?

Meto la remera en la bolsa de nylon, la envuelvo en papel de regalo y apoyo el sobre con los dos tickets. Rizo un moño con una cinta rosa y lo pego al papel con una calco metalizada de la lengua stone.

–Esto va de regalo –le digo.

–Sos lo más. ¿Cómo es tu nombre? –pregunta mientras anota algo en un papel.

–Maxi. Alias Quemero. ¿Vos?

–Marisa. Alias Bulma.

–¿Bulma?

–Sí. Nunca un Dragon Ball vos, ¿no?

–La verdad que no.

–Acá va mi mail. Escribime antes de viajar a Gesell o cuando ya estés allá. Y arreglamos para hacer unas birras. ¿Te va?

–Me re va.

Le doy los regalos dentro de una bolsa de Locuras y camino con ella hasta la puerta. Cuando sale del local empiezo a bajar la persiana.

–Más sobre la hora imposible –dice girando el cuello antes de tocar la vereda. El shorcito de jean le marca la parte alta de los muslos. El hueco de atrás de las rodillas está apenas transpirado. Es demasiado hermosa.

–Menos mal que no cerré cinco minutos antes –le digo.

Sonríe y frunce la nariz mientras se despide:

–¡Feliz Navidad! Nos vemos en la costa.

La miro alejarse mientras la persiana traquetea hasta el piso y el interior del local va quedando en sombra.

  • Relato incluido en la antología ‘Extrañas navidades: Cuentos para no esperar el milagro’ (2020): is.gd/wdV3MI

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Pablo Plotkin

Periodista, escritor, guionista. Exdirector de Rolling Stone Argentina. Autor de las novelas ‘Un futuro radiante’ y ‘Brasil del Sur’.